Aunque está clasificado entre las razas belgas, fueron los ingleses los que le dieron a esta raza un gran impulso, desde tiempos del desembarco de los normandos en las Islas Británicas. Con anterioridad a esa época, estaba muy difundido en los Países Bajos y algunos testimonios, que se remontan a siglos pasados, describen a un perro de rastro, con la expresión triste y melancólica, muy similar al Bloodhound. Más adelante fue criado con gran celo y cuidado por los monjes del santuario de San Huberto hasta convertirse en el perro preferido para las jaurías reales sin embargo, en 1570 Carlos IX lo abandonó por considerarlo demasiado lento sustituyéndolo por el Perro blanco. Sucesivamente fue utilizado como perro de rastro y de sangre (blood en inglés significa sangre) para seguir a indicar las presas heridas pero también para buscar personas perdidas o malhechores.